Perú y el desafío de poder gobernar

Pedro Castillo y Keiko Fujimori disputarán la segunda vuelta electoral en Perú el 6 de junio. La preeminencia de las campañas negativas para imponer los clivajes propios: anti fujimorismo vs. anti izquierdismo. Muchas dudas rodean a una sola certeza: quien gobierne tendrá que imponer o acordar, en un escenario sin mayorías sociales sólidas.

Por Santiago Toffoli

Encauzar la crisis

Las elecciones presidenciales en Perú cristalizaron la impugnación general a la clase política del país andino. Que Pedro Castillo y Keiko Fujimori hayan sido los candidatos más votados con el 19% y el 13% respectivamente, clarifica la falta de confianza que la sociedad peruana tiene en sus dirigentes. El país de los presidentes presos combina las limitaciones que encontró su modelo económico y social, con las esquirlas de los conflictos políticos entre los poderes del Estado que han impuesto la percepción de Perú como un país ingobernable.

La mayoría fujimorista que dominó el Congreso desde 2016 a 2019 y que condicionó al ex presidente Pedro Kuczynski hasta el mismo día de su renuncia, fue el primer capítulo de la guerra abierta entre el Ejecutivo y el Legislativo. La asunción de Martín Vizcarra en 2018 inauguró el segundo capítulo. Sin estructura partidaria ni bancada legislativa, Vizcarra resistió en el poder sostenido por una enorme popularidad ganada por sus diatribas contra la corrupción y por su lejanía con las estructuras partidarias tradicionales.

Determinado a zanjar el conflicto y amparado por la Constitución, Vizcarra disolvió el Congreso en 2019 tras dos mociones de confianza votadas en contra. Las legislativas extraordinarias de enero de 2020 mostraron un panorama que fue la previa a la primera vuelta electoral del 11 de abril: ningún partido cosechó más del 11% de los votos.

La híper fragmentación del sistema político peruano, reflejado en el esquema de partidos presente en el Congreso, terminó con el poderío de la bancada fujimorista pero no con el conflicto intra-poderes. El propio Legislativo convocó a una moción de censura contra Vizcarra en dos oportunidades: no prosperó en septiembre, pero sí en noviembre. Así, otro Congreso distinto al de 2016, que no tenía a Keiko Fujimori como figura prevaleciente (de hecho, en ese momento se encontraba detenida) se cargaba a un mandatario que, al igual que sus predecesores, enfrenta un proceso judicial en su contra.

Quedando a las puertas del récord argentino de los cinco presidentes en una semana, Perú vivió semanas de agitación en las calles y crisis política solo parcialmente apaciguada con la asunción de Francisco Sagasti como presidente interino. Demandas económicas comenzaron a hacerse oír, impugnando a la clase política pero también con reclamos contra el modelo socio – económico imperante durante décadas. El “que se vayan todos” fue una manera de avisar que la sociedad peruana buscaría un liderazgo que rompa con el patrón de los últimos mandatarios. Y en esa búsqueda se inscribe la segunda vuelta entre Castillo y Fujimori.

Con la crisis sanitaria como banda sonora, las elecciones del 11 de abril dieron como resultado un Congreso casi tan fragmentado como el que fue electo en 2020, y dos opciones que, dado el perfil de sus candidatos, inauguraron una campaña negativa que busca imponer el clivaje propio para lograr la victoria electoral: anti fujimorismo y anti izquierdismo.

Imponer la lógica propia

Tras llegar como la novedad política después de salir primero en las elecciones de abril, Pedro Castillo se puso rápidamente el traje de favorito. El factor sorpresa combinado con un discurso en contra del orden establecido fue la primera carta de la campaña de Perú Libre, que le sacaba 20 puntos en intención de voto a Fujimori apenas se supo quiénes disputarían la segunda vuelta. Difícil de encajarlo en el clivaje izquierda – derecha dada su combinación de críticas al modelo neoliberal con preservación del statu quo en materia de género, Pedro Castillo accedió al balotaje en parte por su efectiva campaña en las provincias y en parte porque los ataques del establishment se centraron en la candidata de Juntos por el Perú, Verónika Mendoza, quien aparecía como la principal amenaza al meinstream político y económico peruano.

Docente rural de la región de Cajamarca, Castillo fue protagonista de la huelga de maestros de 2017 contra el gobierno de Kuzcynski. En aquella oportunidad y por fuera del plan de lucha del Sindicato Unitario de Trabajadores de la Educación en Perú (SUTEP), se colocó a la vanguardia de las manifestaciones docentes que marcharon por todo el país para finalizar en Lima. Del campo a la ciudad, al igual que en su campaña presidencial.

El “profe” Castillo ensayó propuestas como la convocatoria a una Asamblea Constituyente y la disolución del Tribunal Constitucional, sumado a proyectos en pos de modificar la matriz socio – económica del Perú como la nacionalización de la estratégica industria minera. Adicionalmente, intentó materializar la fuerza social que terminó activándose e imponiéndose en las últimas tres elecciones presidenciales peruanas: el anti fujimorismo.

La aversión a Keiko Fujimori alimentada por su propio perfil ultra conservador y por el recuerdo del gobierno de su padre fue lo que canalizó los triunfos de Ollanta Humala en 2011 y de Pedro Kuzcynski en 2016, dejando en segundo lugar en ambas oportunidades a la propia Keiko. Si bien el anti fujimorismo gana fuerza propia con candidatos más moderados que Castillo, ha demostrado ser un clivaje débil para ejercer el poder. Kuzcynski es el ejemplo de esto último.

En consonancia con esto último, el propio debilitamiento del anti fujimorismo como argamasa de mayorías electorales tomó fuerza con el correr de las semanas. Con varias campañas en el hombro y poniendo toda su experiencia frente a la errática campaña de Castillo, Keiko Fujimori activó el recurso del anti comunismo rápidamente, posicionándose como defensora del modelo económico vigente. El apoyo que Mario Vargas Llosa, el opositor venezolano Leopoldo López y distintas figuras del establishment peruano le brindaron a Fujimori es un intento desesperado por lavar su perfil y su prontuario, pero también es una muestra de cómo los sectores de poder en el Perú se reacomodaron rápidamente ante la amenaza del triunfo de Castillo.

En ese sentido, las múltiples candidaturas que presentó la derecha peruana en la primera vuelta (Rafael López Aliaga, Hernando de Soto, entre otros) se encolumnaron detrás de Keiko. Esos apoyos, la campaña errática de Castillo y la activación del clivaje comunismo – anticomunismo relativizaron la pérdida de apoyo sufrida por Fujimori, quien sacó un 39% en 2016 y un 13% en 2021. En los dos debates que hubo entre los candidatos también salió a la superficie la inexperiencia del dirigente sindical y las herramientas que Fujimori ha sabido adquirir luego de varias elecciones y muchos años haciendo política. Es por ello que hoy, a 48 horas de las elecciones, alcanzó la línea de intención de voto de Castillo, dando lugar a un posible escenario de empate técnico.

Los principales medios de comunicación se sumaron a la campaña de descrédito contra Pedro Castillo, quien mostró algunas dudas sobre cómo llevar adelante un proceso electoral como este, en el que la polarización no deja lugar a las sutilezas políticas. En un intento por ampliar su base electoral y política, Castillo se alió con Verónika Mendoza, relajó su discurso “pro-familia” y descartó medidas como la nacionalización automática de la minería si gana las elecciones. Por otro lado, el candidato de Perú Libre intentó armar un discurso de defensa de los reclamos andinos / provincianos contra la todopoderosa elite limeña. El clivaje territorial también es puesto en juego en esta elección.

Castillo propone una ruptura con los últimos proyectos políticos que han gobernado el país, al menos discursivamente. Fujimori expresa también una ruptura con la derecha tradicional y los poderes fácticos del país, quienes han mirado con recelo a Keiko desde el fin del mandato de su padre, hasta ahora. Gane quien gane el domingo expresará una ruptura con respecto a los liderazgos que hubo en Perú en los últimos años. Si bien los sectores que apoyaron a los anteriores adversarios de Keiko hoy le dan su apoyo, su propio perfil autoritario, la historia de su apellido y las propias políticas que sostiene que llevará adelante, ponen un manto de dudas sobre la intención de la derecha de gobernar bajo los cánones de la democracia liberal.

Perspectivas: la deriva autocrática o la capacidad de construir mayorías

El dilema que se le plantea a aquel que gane las elecciones el domingo es complejo. La propia construcción de poder en un país como el Perú, que se ha caracterizado por tener presidentes débiles que han claudicado frente a los avances de otros poderes del estado, requiere buscar una base sólida desde la cual sostener ese poder. En este sentido, ninguno de los dos candidatos contará con una base parlamentaria importante para llevar adelante su plan de gobierno. De hecho, y visto y considerando lo sucedido en los últimos años, esa falta de base parlamentaria podría poner en juego la propia supervivencia en el cargo de Presidente si el conflicto vuelve a reabrirse.

El producto de este proceso electoral que busca dar una respuesta institucional a la crisis política inaugurada en Perú desde hace casi un lustro será la imposición de un proyecto político que busque generar un liderazgo fuerte, si bien a priori no sobran las herramientas para hacerlo. Teniendo en cuenta la imposibilidad de construir mayorías sólidas, tanto Castillo como Fujimori deberán apoyarse en otros atributos de poder que rebasen los límites que impone la democracia liberal, o bien deberán fabricar mayorías que hoy ninguno de los dos tiene.

Pedro Castillo sedujo en un primer momento siendo la novedad de la elección, con un perfil difícilmente encasillable en la izquierda tradicional peruana y con la ventaja de enarbolar un discurso en contra de un orden establecido que tiene descontenta a la mayoría social del Perú. No obstante, su propio perfil, el programa de gobierno del partido que lo llevó como candidato y su impericia para afrontar una campaña como esta, lo han colocado como un blanco fácil de las operaciones mediáticas de descrédito y las acusaciones infundadas que si no lo han retratado como un dictador comunista, le han puesto el traje de terrorista cercano a Sendero Luminoso.

Por su parte, todas las encuestas coinciden en que Keiko Fujimori remontó una desventaja de 20 puntos, llegando a un posible empate técnico con Castillo. La efectividad de la agitación del fantasma del comunismo y la eficacia de la máquina de campaña de Keiko le permitieron cosechar apoyos de sectores que en otros pasajes de la historia le han corrido la cara. Sin embargo, Fujimori despierta más odios que amores y el rechazo a su imagen es el principal enemigo de su candidatura.

El vencedor del domingo deberá decidir cómo construye poder para no ser fagocitado por el cargo, como les pasó a varios de sus predecesores. Dicho en otras palabras, para poder gobernar. La relación con el Legislativo y la capacidad de canalizar el descontento social se avizoran como dos de los factores claves para entender la etapa que se abre en Perú después del 28 de julio, cuando un nuevo mandatario o mandataria tome las riendas de la nación andina.

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