¿Avanzados quienes?

Más de 100 años atrás, lentamente se introducían cambios en las formas de concebir el mundo del trabajo alrededor del mundo. Algo que en su momento se pensó como revolucionario, afín para aumentar la productividad de ese entonces, era un paso que se daba con un guiño del empresariado. La semana laboral, que por entonces estaba diagramada de lunes a sábado, con una jornada de 9 horas diarias; lentamente empezaría a circunscribirse a 8 horas diarias máximo; y de lunes a viernes.

Un siglo después, el mundo parece estar dejando atrás esperanzadamente, el confinamiento al que lo sometió la pandemia de covid-19. No puede negarse que cambiaron en la sociedad las formas en que los individuos articulan la manera de vincularse con el mundo a su alrededor: se reconfiguraron desde las formas de interactuar en sociedad, de comunicarnos, hasta la forma en la que se adquieren bienes domésticos o incluso se destinan los tiempos de ocio. Ahora bien, ¿no es necesario un debate?
Por Julián Antenore

La idea de que la jornada de 8 horas es acaparada como propia del modelo de producción Fordista, llegando confusamente a glorificar la figura de Henry Ford como el padre de la misma y benefactor de la clase obrera (nada más lejos). El industrial no lo hizo por la comodidad de sus empleados ni para salvaguardar su salud. Sus preocupaciones estaban más orientadas al capital. Se daba cuenta de que para que las empresas obtuvieran beneficios, los clientes necesitaban comprar cosas; y para querer ir de compras, los clientes necesitaban relajarse y disfrutar. Para ello, necesitaban más tiempo libre fuera del trabajo.

Dentro del propio movimiento obrero, el reclamo ya formaba parte de las primeras consignas por las que se luchó en los movimientos sindicales posteriores a la guerra de secesión estadounidense. En ese entonces, la jornada laboral rondaba entre 10 y 12 horas, es por ello que la consigna de reducir la carga horaria formó parte de las primeras banderas. En América del Sur, fué Uruguay (¿quien sino?) el primer país que establecería un precedente, al establecer en 1915 la jornada laboral en un máximo de 48 horas semanales (6 jornadas de 8 horas) para trabajadores empleados por el Estado a través de la Ley de Jornada Laboral de Ocho Horas. En el estado de Nueva Gales del Sur (Australia), la ley de ocho horas de trabajo diarias (48 horas semanales) para trabajadores industriales se aprobó en 1916.

En España en 1919 se aprobó un real decreto que fijó la jornada laboral de 8 horas (48 horas semanales) de forma universal tras una huelga general convocada en Barcelona por el sindicato CNT (Confederación Nacional del Trabajo) en la conocida como la huelga de La Canadiense. Ese mismo año en Francia también se aprobó la ley que fijaba en 8 horas diarias la jornada laboral (por consiguiente las 48 horas semanales) aunque no se aplicaba a todas las profesiones.

Basta realizar un recorrido breve por la historiografía para verificar que, como toda reivindicación social, no fué un regalo de un empresariado humanista sino una conquista histórica a base de sacrificio y lucha. Parafraseando al icónico empresario, el balance entre tiempo de trabajo y ocio debía ser tal que permitiera un goce de los bienes de consumo que la sociedad misma iba produciendo. Así dadas las cosas, el aumento de la productividad acaecido desde la aparición del sistema capitalista ha permitido que los trabajadores sean capaces de producir la misma cantidad de mercancías en un cada vez menor tiempo necesario. Sin embargo, durante los siglos XX y XXI, este hecho no ha tenido consecuencias sobre el tiempo de trabajo dedicado por la clase asalariada, ya que desde finales del siglo XIX, cuando se implantó la jornada laboral de ocho horas, no se ha modificado la misma.

Debatir sobre la viabilidad de la propuesta no es el propósito de éste espacio, de hecho, hay infinitas posibilidades según los modos de producir para cada espacio laboral y actividad. Lo que no puede dejar de ponerse en cuestión es que el marco por el cual fué pensada la jornada laboral, que respondía a cierta configuración de capital hace cien años atrás, hoy ya no existe. Antes de la pandemia, casi un tercio de los estadounidenses trabajaban 45 horas o más a la semana, y alrededor de ocho millones trabajaban 60 o más. Mientras que los europeos han reducido sus horas de trabajo en aproximadamente un 30 por ciento durante el último medio siglo. En varios países se planteó y en Argentina también que es uno de los países de la región con mayor carga horaria laboral: 48 horas semanales.

En la Argentina, la ley establece que la jornada laboral no puede superar las 8 horas diarias o 48 horas semanales, una situación que es similar en países vecinos como Bolivia, Paraguay y Uruguay. En el otro extremo, se encuentran Francia, Australia y Dinamarca, donde las jornadas legales son menores a las 40 horas semanales. Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en términos generales, es en América Latina, parte de África y el sur de Asia donde están las jornadas más largas.

En éste sentido, en el país hay dos iniciativas distintas de orígen sindical, formuladas por el oficialismo para ser tratadas en éste 2022 y que abrevan en ésta misma dirección. Se trata de las presentadas por los diputados Claudia Ormaechea y Hugo Yasky. Este último sostiene que resulta “anacrónica” la vigencia de la jornada de 48 horas debido a que la misma fue establecida en el siglo XIX por la OIT y que desde entonces se produjeron numerosos cambios sociales y culturales, los cuales incluyen a los modos de producción (en línea con lo que éste autor defiende).

Pensemos incluso, que carga horaria laboral ¨actual¨ fué pensada en momentos donde la introducción de la mujer en el mercado laboral sólo había logrado apenas algunos magros avances (debate también necesario de dar en términos actuales). Ni el mundo ni la vida cotidiana transcurre bajo las mismas circunstancias que hacen cien años atrás (ni siquiera hace dos, cuando la pandemia azotó el mundo). Nobleza obliga, el planteo no sólo se presenta necesario por este anacronísmo que dió lugar a la jornada de 8 horas. Es necesario en términos de conquistas para la clase trabajadora por un lado: por otro, y pensando en términos económicos, en nuestro país adquiere especial interés si se tienen en cuenta las posibilidades que otorga el volúmen del mercado interno (que representa nada más y nada menos que el 80% del producto bruto interno). Dicho ésto, parecen estar todas las condiciones dadas para asistir a un cuestionamiento serio que, al menos, se anime a pensar las formas en las que concebimos la distribución de la carga horaria y nuestro tiempo de ocio.

 

 

 

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